Revista Peruana de Derecho Internacional
Tomo LXX Mayo-Agosto 2020 N° 165, pp. 301-334. ISSN: 2663-0222
Recepción: 30/05/2020 Aceptación: 07/07/2020
ayuda de nociones teóricas, en modelos de la parte formal; o que tales fenómenos
concretos satisfacen los conceptos y principios de la teoría y que se comportan de
acuerdo con lo que en ella se establece (Cadevall, 1985, p. 15; Díez y Moulines, 1997,
p. 332).
Desde este enfoque, la manera como teorías operan al explicar es identificar los
objetos del mundo real y sus propiedades con los elementos del modelo teórico, sus
conceptos y principios. Entonces, en vez de considerar directamente las relaciones
empíricas que se dan entre los objetos reales estudiados, la atención del investigador se
concentra, en cambio, en las relaciones que se dan entre los elementos teóricos que
representan a esos objetos empíricos y sus propiedades, y con ello, indirectamente, se
gana información acerca de los mismos objetos y sus propiedades representadas. Esta
forma de utilizar los modelos teóricos para el estudio de la realidad es análoga a la
manera como las ramas de la ciencia con un alto grado de matematización utilizan los
modelos matemáticos para estudiar los hechos indirectamente a través de las relaciones
y operaciones entre los números que representan a los objetos reales y sus propiedades
(véase Díez y Moulines, 1997, pp. 121-122). Las teorías, entonces, se abstraen de la
enorme complejidad de la realidad a través de imágenes (i.e. representaciones
conceptuales) que la hacen intelectualmente más aprehensible.
Esta manera de entender la explicación desde una concepción semántica
estructuralista de las teorías, que en cierta manera comparte el Realismo Estructural de
Waltz, tiene dos importantes consecuencias para la evaluación teórica. Primero, descarta
la vieja idea, muy arraigada en la práctica usual de la ciencia política, de que
explicación y causalidad son lo mismo. Segundo, enfatiza la necesidad de evaluar las
teorías en sus propios términos, considerando seriamente el conjunto de fenómenos para
las que han sido formuladas realmente. Ambas cuestiones serán tratadas a continuación.
Explicación y causalidad no son sinónimos. En los programas de enseñanza
suele decirse que el propósito de una investigación es descubrir relaciones del tipo A
B, en la que el fenómeno o propiedad A es la causa del fenómeno o propiedad B. Pero
en la realidad, y particularmente en la realidad social, sucede que los hechos tienen
múltiples causas, por lo que la verdadera causa, o la causa total, de un hecho B sigue un
esquema más cercano a este: A
1
+ A
2
+ A
3
… A
n
B, donde lo que define el carácter
causal de cada uno de esos factores es su carácter contrafáctico: si no hubiera ocurrido
A
n
, no habría ocurrido B. La pregunta es ¿cómo decidir qué causa es la más
importante? Tratar de entender algo apelando a la vez a todas las causas posibles es una
tarea tediosa e inútil porque no genera un conocimiento real sobre el porqué de las
cosas. La causalidad por sí sola no resuelve el problema de explicar los hechos. La
explicación se vale de esas causas, pero no de todas; pone de manifiesto una puesta en
orden entre los factores determinantes de un modelo: “la explicación causal de un
suceso no tiene por qué referirse a todas sus causas, sino por lo general a aquella o
aquellas más destacadas en el particular contexto explicativo” (Díez y Moulines, 1997,
p. 154). El resultado es la “diversidad de la tarea investigadora” en las ramas de la
ciencia que se ocupan de sucesos causalmente complejos, algo que ha sido comparado
con una suerte de división social del trabajo: la existencia de diversas teorías, cada una
de las cuales trata sobre uno o más factores causales; cada una elaborando explicaciones
apelando a causas distintas, que no tienen por qué ser incompatibles porque cada una es
válida en su contexto, y en conjunto, pueden hasta resultar complementarias (ibíd., p.
157). Respecto a esto, entonces, la explicación consistiría, en parte, en establecer una