En este nivel de análisis, es posible diferenciar el irredentismo territorial revanchista del
meramente reivindicativo. El primero no es sino una exacerbación del segundo, con dos
componentes esenciales, la revancha militar y el culto a las provincias perdidas. El caso más
típico de la historia europea ha sido el de Alsacia y Lorena, que galvanizó a la nación francesa
en la búsqueda de una obsesión nacional: la recuperación de las provincias perdidas y la
derrota militar de Alemania. El 1 de marzo de 1887, Víctor Hugo en la asamblea nacional
francesa, señaló elocuentemente: “Quién ha permitido a Alemania que encuentre la felicidad y
sentirse fuerte con dos provincias de más y la libertad de menos. Nosotros !...Oh! llegará la hora
de la revancha prodigiosa ...sí desde mañana, Francia no tendrá sino un solo pensamiento: ...
recuperar fuerzas, erguir a sus niños, alimentar con las santas cóleras a esos pequeños que
devendrán adultos, forjar los cañones y formar a los ciudadanos, crear un ejército que sea el
pueblo entero, llamar a la ciencia en auxilio de la guerra, estudiar las tácticas prusianas como
Roma estudió las tácticas púnicas... Y después, todo de un golpe, un día él encontrará la
dirección correcta: veremos renacer de un bond la Lorraina, renacer la Alsacia!...” (Hugo, 1964,
p. 694-695).
En la historia de los conflictos territoriales del Perú no ha existido como política del Estado un
irredentismo territorial revanchista, aunque sí en el pensamiento de determinadas
personalidades o sectores importantes de la población, especialmente en la fase inmediata a la
posguerra con Chile y eminentemente en Manuel Gonzáles Prada, para quien Tarapacá, Tacna
y Arica fueron efectivamente la Alsacia y la Lorena del Perú, y cuyo verbo y dignidad frente
a la derrota y la ocupación no fue menos elocuente que la de Víctor Hugo: “Cuando tengamos
pueblo sin espíritu de servidumbre, y militares y políticos a la altura del siglo,
recuperaremos Tacna y Arica, y entonces y
solo entonces marcharemos sobre Iquique y Tarapacá... Hoy que Tacna rompe su silencio y nos
envía el recuerdo del hermano cautivo al hermano libre, elevemos unas cuantas pulgadas sobre
el fango de las ambiciones personales, y a las palabras de amor y esperanza, respondamos con
palabras de aliento y fraternidad” (Gonzales Prada, 1960).
Más allá de los sentimientos y el verbo de Gonzáles Prada y de su posición digna sobre la guerra
con Chile, el caso de Tacna y Arica más bien se ubica en la historia peruana dentro del
irredentismo territorial reivindicativo. La propia acción diplomática peruana y el
comportamiento de la sociedad civil durante cerca de medio siglo, desde 1883 hasta la la
partición adoptada por el Protocolo de 1929, junto a la fundamentación jurídica de derechos,
impulsó y se sustentó en los más sanos y elogiables sentimientos de pertenencia nacional, de
dignidad individual y colectiva y de amor nacional. Muy especialmente en los pueblos de Tacna
y Arica que tuvieron que enfrentar las condiciones de fuerza más adversas para defender su
derecho humano a la nacionalidad y su filiación por el Perú.
El tercer tipo de nacionalismo territorial es el expansionista. Y si bien es cierto que se concreta
de manera peculiar con el surgimiento de los Estados naciones, ha existido desde el surgimiento
de las primeras sociedades políticas. Independientemente de las razones económicas que
pueden existir para explicar la historia del expansionismo territorial o la guerra de
conquista, Tran Van Minh aporta una etiología fundada más en razones políticas y culturales.
Así diferencia el expansionismo místico y el mito del destino nacional del expansionismo
nostálgico y la teoría de los derechos históricos (Minh, 1980).
El expansionismo místico y la teoría del destino nacional han conocido una evolución a partir
de la segunda posguerra mundial con relación a sus manifestaciones pasadas. Hasta antes de