REVISTA PERUANA DE DERECHO INTERNACIONAL
ISSN: 0035-0370 / ISSN-e: 2663-0222
Tomo LXXV, enero-abril, 2025 N° 179, pp. 313-341.
DOI: https://doi.org/10.38180/rpdi.v75i179.860
Peruvian economic diplomacy and ASEAN
Luis Tsuboyama Galván (*)
(*) Embajador del servicio diplomático de la República. Actualmente es el jefe de misión del Perú en Indonesia, Timor Oriental y ante la ASEAN. Ha sido director general de Asuntos Económicos, director general de Asia y Oceanía, y director de Inversiones. Otras asignaciones en el exterior incluyeron Vietnam, la Secretaría de Apec en Singapur, Bolivia y Japón. Obtuvo su bachillerato en Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Lima, Perú (1994); magíster en Diplomacia y Relaciones Internacionales de la Academia Diplomática del Perú (1993); M.A. en Economía Internacional y Estudios de Desarrollo de la Universidad de Sophia, Tokio, Japón (2003); y M.A. en Estudios Globales de la Escuela Fletcher de Diplomacia y Derecho de la Universidad de Tufts, Estados Unidos (2007). Ha asistido a la Universidad de Relaciones Exteriores en Beijing, China (1994) y un diplomado en la Fundación Alexandre de Gusmao del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, Río de Janeiro (2012).
La presente exposición fue realizada el 7 de septiembre de 2024 en el marco del VI Curso de Derecho Internacional Contemporáneo, y revisada como documento escrito el 15 de mayo de 2025, con la cual el autor formaliza su incorporación como Miembro, conforme a lo dispuesto por el Consejo Directivo de la Sociedad Peruana de Derecho Internacional, mediante Acta del 13 de diciembre de 2018.
1. INTRODUCCIÓN
El Sudeste Asiático se perfila como una de las regiones más dinámicas y estratégicamente fundamentales del panorama global actual. Esta área geográfica compuesta por once naciones —diez de las cuales plenamente integradas en la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) -más Timor Oriental con estatus de observadora— se caracteriza por un rico tapiz de diversidad política, económica cultural e ideológica que da forma de manera significativa a su presencia regional e internacional.
La región está claramente dividida en dos ejes principales: el Sudeste Asiático continental, que incluye Vietnam, Laos, Camboya, Tailandia y Myanmar, y su contraparte marítima, integrada por Filipinas, Brunéi Darussalam, Malasia, Singapur, Indonesia y Timor Oriental. Esta distinción territorial no solo influye en las identidades, sino que también afecta las interacciones geopolíticas y los intereses estratégicos de cada país.
La importancia geoestratégica del área aumenta su prominencia. Al norte, conecta con el noreste de Asia: China, Japón, Corea y Taiwán; mientras que al este limita con el subcontinente indio y, al sur llega a Australia y el Pacífico Sur. Históricamente, tanto China como la India han ejercido una influencia considerable en esta región, que ha ido más allá del mero comercio y ha abarcado las dimensiones políticas, religiosas y culturales.
Con una población estimada de 676 millones de personas (2024), el Sudeste Asiático es la tercera región más poblada de la Tierra. Indonesia, cuenta con un peso demográfico de 275 millones, lo que la convierte en el cuarto país más poblado del mundo y el mayor de religión musulmana. Un detalle clave sobre su potencial es que más de la mitad de su población tiene menos de 30 años, lo que representa una fuerza laboral joven y una base de consumidores dinámica.
Desde un punto de vista económico, la región es una potencia pujante. Su PIB combinado supera los 3,8 billones de dólares (2024), situándola como la tercera economía más grande de Asia y la quinta mayor del mundo. Indonesia está a la vanguardia de esta expansión, y las previsiones indican que se ubicará como la séptima economía el 2030. Sin embargo, el desarrollo continúa siendo desigual: en contraste con las economías más grandes de Indonesia, Tailandia, Malasia y Vietnam, así como de altos ingresos per cápita que incluyen a Brunéi y Singapur, persisten desafíos importantes en Laos, Camboya y Myanmar, donde los déficits estructurales contrastan marcadamente con la vitalidad regional.
El Sudeste Asiático ocupa también una posición vital en el ámbito del comercio internacional, ya que representa aproximadamente el 8% del flujo mundial de bienes y servicios. Un análisis más profundo revela la fortaleza de sus conexiones internas. El comercio intrarregional de la ASEAN alcanza un impresionante 23%, una cifra que supera con creces el modesto 5% registrado en la Alianza del Pacífico. Más allá de sus fronteras, los principales socios comerciales del bloque son China, seguida de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, subrayándose su integración estratégica en las cadenas de valor mundiales.
En el contexto de las inversiones financieras, la región atrajo con éxito aproximadamente 225 mil millones de dólares; sin embargo, este logro mostró una pronunciada asimetría. Singapur representó más del cincuenta por ciento de la afluencia total, atribuible a su infraestructura financiera avanzada y a un marco regulatorio notablemente competitivo. Este desequilibrio pone de relieve las divergencias estructurales inherentes que persisten dentro del propio bloque de la ASEAN.
A fin de examinar las iniciativas diplomáticas peruanas en el Sudeste Asiático, es pertinente organizar el análisis en tres dimensiones interrelacionadas. Inicialmente, es fundamental comprender el panorama geopolítico y geoeconómico que delinea el papel contemporáneo de la ASEAN. Posteriormente, es vital evaluar la importancia estratégica de esta región para América Latina y, más específicamente, el Perú. Por último, se impone una reflexión sobre las herramientas de la diplomacia económica peruana y su potencial a fin de fortalecer nuestras acciones en esta dinámica región.
Este marco tripartito no solo facilita una comprensión más profunda sobre la importancia del Sudeste Asiático en el escenario internacional, sino que también impulsa una reevaluación de su relevancia en las aspiraciones políticas, diplomáticas y económicas del Perú en Asia. Es pertinente señalar que esta región ha trascendido la comprensión convencional de Asia-Pacífico y ha adoptado progresivamente el paradigma más amplio del Indo-Pacífico, un concepto que, como actores estratégicos, estamos obligados a integrar en nuestro discurso analítico.
2. CONTEXTO GEOPOLÍTICO GLOBAL Y REGIONAL
A fin de comprender el panorama geopolítico global y regional actual, es vital analizar las dinámicas que influyen en nuestro entorno internacional. En este contexto, destacan dos fenómenos. En primer lugar, nos enfrentamos a una tendencia de fragmentación económica que, contrariamente a lo que puedan indicar algunos análisis prematuros, no equivale a una desglobalización. Esta distinción es esencial: si bien los movimientos comerciales y financieros transfronterizos continúan, e incluso se intensifican, estos se caracterizan por ser cada vez más por tendencias segmentadas y regionalizadas. A lo que se suma la errante política arancelaria adoptada recientemente por Washington.
La comunidad académica ha suscitado un intenso debate en torno a esta paradoja, en la que la interdependencia económica coexiste con las brechas geopolíticas emergentes (Darie et al., 2024; Rozario et al., 2022)). La fragmentación de la economía mundial implica riesgos crecientes a medida que China, Estados Unidos y la Unión Europea implementan aranceles, restricciones a la exportación y otras acciones para proteger sus mercados y frenar los avances tecnológicos o la competencia que representan otras naciones.[1]
Este fenómeno adquiere una importancia particular si tenemos en cuenta que las políticas promulgadas por las principales potencias económicas van más allá de las preocupaciones nacionales y crean efectos sistémicos en el orden internacional. Destacan especialmente las acciones proteccionistas o fragmentarias que influyen en tres dimensiones cruciales: el suministro energético mundial, el flujo del comercio tecnológico y la seguridad alimentaria mundial. Estos sectores, vitales para la estabilidad del sistema internacional, se ven cada vez más afectados por decisiones unilaterales que perturban los patrones establecidos de interdependencia económica. El ejemplo más evidente de esto es el escenario que rodea a la producción de chips y semiconductores en Occidente, específicamente en Estados Unidos, Europa y Asia (China).
Además, existe un segundo aspecto que caracteriza nuestro entorno global relacionado con la seguridad. La rivalidad estratégica aumenta el riesgo de conflicto que pueden estar impulsadas por cuatro lógicas superpuestas: el crecimiento y el declive de la fuerza nacional, las diferencias ideológicas, los cambios en el entorno internacional y las influencias políticas nacionales. Si bien es poco probable que las relaciones vuelvan a los niveles cooperativos de principios del siglo XXI, ambas naciones deben evitar la guerra y mantener cierta cooperación económica (Wang, 2024).
Para comprender las raíces de la actual fragmentación económica y polarización de la seguridad, es imprescindible llevar a cabo un análisis histórico. El orden internacional que se formó después de la Segunda Guerra Mundial se solidificó en dos modelos opuestos: por un lado, el bloque occidental, centrado en la democracia liberal y las economías de mercado bajo la hegemonía estadounidense; por otro, el régimen de partido único y la planificación centralizada encabezados por la Unión Soviética. Esta bipolaridad definió las interacciones geopolíticas a lo largo de la Guerra Fría.
A pesar de la competencia implacable entre Washington y Moscú, una característica distintiva de esta era, las superpotencias lograron evitar la confrontación directa, redirigiendo sus tensiones hacia conflictos periféricos en África, América Latina y, especialmente, en Asia. La región asiática surgió como uno de los escenarios más tumultuosos, con episodios como la guerra de Corea (1950-1953), la guerra de Vietnam (1955-1975) e intervenciones en Laos y Camboya, además de la continua amenaza comunista a Tailandia, Malasia, Indonesia, Singapur y Filipinas.
La desintegración del bloque soviético entre 1989 (la caída del Muro de Berlín) y 1991 (la disolución de la URSS) provocó un ferviente discurso teórico sobre el futuro del orden mundial. La provocadora afirmación de Fukuyama sobre el «fin de la historia» sugería el supuesto triunfo concluyente de la democracia liberal como marco político universal, y sostenía que los sistemas alternativos como el comunismo, el fascismo o las monarquías absolutas habían quedado invalidados históricamente.[2] Si bien este punto de vista ha sido objeto de un escrutinio considerable —particularmente a la luz del resurgimiento del nacionalismo, el autoritarismo y el extremismo religioso—, aún resume el espíritu intelectual de la década de los noventa.
La era que siguió a la Guerra Fría estuvo marcada por un cambio hacia un orden internacional que, a pesar de exhibir características unipolares bajo la hegemonía de Estados Unidos y sus socios occidentales (incluida la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y Australia), ya albergaba los inicios de la multipolaridad contemporánea. En este contexto, tomó la globalización empezó a ser percibida como un proceso de uniformidad política (la expansión de la democracia liberal) y económica (la proliferación del capitalismo de mercado) a escala mundial (Holm & Sørensen, 1995). Sin embargo, como veremos más adelante, esta iniciativa encontró limitaciones estructurales que iluminan parcialmente el desorden actual del sistema internacional.
Cabe destacar que el 2001, tanto Estados Unidos como Europa respaldaron la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), hecho histórico que modificaría los patrones del comercio internacional y contribuiría a su rápido crecimiento económico. Como sabemos, este panorama unipolar duró poco (aproximadamente 15 años), ya que la crisis financiera de 2008-2009 marcó su fin en un escenario paralelo de avance tecnológico y acumulación de capital en China y la remilitarización de Rusia que determinaría el inicio de un nuevo sistema multipolar.
A lo largo del período de la guerra fría e inmediatamente después, las alianzas de seguridad y defensa se fueron solidificando progresivamente entre Estados Unidos y algunos países del Sudeste Asiático. Una revisión al respecto señala que, dentro del marco estratégico regional, Filipinas y Tailandia emergieron como aliados de Washington desde hace mucho tiempo, manteniendo acuerdos formales de cooperación militar. Al mismo tiempo, Singapur —aún hoy— otorga a las fuerzas estadounidenses acceso a infraestructuras estratégicas vitales y a instalaciones logísticas militares, aunque sin establecer formalmente una alianza en el sentido tradicional. Esta variación en los niveles de compromiso ilustra la intrincada dinámica de seguridad que define a la región. Este escenario otorga estabilidad y equilibrio a la zona del Sudeste Asiático, influenciada por las acciones a veces asertivas y/o agresivas de China.
En consecuencia, actualmente nos encontramos en un contexto bien definido, caracterizado fundamentalmente por dos potencias: Estados Unidos y China. Con la primera se identifica un orden liberal internacional basado en los principios de igualdad, libertad, estado de derecho, respeto de los derechos humanos y el avance de la democracia liberal. Por el contrario, el segundo presenta un sistema de partido único que se caracteriza por ser un régimen político autoritario, donde el Partido Comunista mantiene un control estricto sobre la gobernanza y las libertades civiles. Desde el punto de vista económico, opera bajo un modelo dirigido por el Estado que incorpora elementos del capitalismo, permite los mecanismos del mercado y, al mismo tiempo, conserva una importante intervención estatal. Desde el punto de vista social, el régimen hace hincapié en los valores colectivos y la unidad nacional, promoviendo una narrativa que prioriza la estabilidad y el desarrollo por encima de las libertades individuales, reflejando un contexto político y cultural único (Berg-Schlosser & Hoffmann-Lange, 2023).
Al respecto, cabe mencionar que durante la presentación ante el XIX Congreso del Partido (18.10.2017) el presidente Xi Jinping formuló su doctrina denominada “Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era”[3], que básicamente es el marco ideológico que guía el nuevo desarrollo político, económico y social de China, colocando al partido en la vanguardia de todas las decisiones nacionales, enfatizando la supremacía del partido en las esferas política, económica, social y cultural.
En dicho congreso, Xi Jinping hizo hincapié en que solo el socialismo con características china puede rescatar a China, y afirmó claramente que, sin el Partido Comunista, no habrá una nueva China. Además, Xi Jinping cree que la democracia socialista china representa la forma de democracia más amplia, genuina y eficaz para proteger los intereses esenciales de la población china, aunque esta ideología no se alinea necesariamente con los principios entendidos en el marco liberal occidental (Brødsgaard & Christensen, 2018).
Por lo tanto, ¿en qué consiste la aspiración filosófica y política detrás de la ideología de Xi Jinping? El sustento filosófico e ideológico se puede encontrar en la teoría del tianxia que se traduce como "todo bajo el cielo", planteado por académicos chinos como una propuesta alternativa a la visión eurocéntrica de las relaciones internacionales, tomando en cuenta el poder cada vez más creciente que China tiene a nivel internacional y con el fin de promover su propia visión del mundo.[4]
La redefinición del tianxia ayudaría a fortalecer el espíritu nacionalista del Partido Comunista, ayudando a su vez en consolidar el liderazgo de Beijing en el mundo y reivindicando la superioridad del “pensamiento Xi”, bajo la idea de transformar a China en una sociedad moderadamente próspera que muestre un mayor nivel de avance económico, progreso científico y educativo, riqueza cultural y armonía social el 2049, centenario de la revolución (Tsang & Cheung, 2024).
La narrativa de Xi Jinping tiene un impacto significativo, ya que lleva a una conducta asertiva y exigente en sus esfuerzos diplomáticos, lo que suscita preocupación en numerosos países, incluidos aquellos que comparten una proximidad geográfica somo los del Sudeste Asiático. El Instituto Yusof Ishak (ISEAS), es un centro de estudios con sede en Singapur que genera una importante producción académica en la región. En una encuesta de 2024 en la que se examinó la situación en el Sudeste Asiático, los líderes reconocieron que la influencia y el liderazgo de China, superando a los de Estados Unidos. Sin embargo, siguen existiendo temores en cuanto a la fiabilidad de la región con respecto a Beijing.[5]
Ahora, si bien he esbozado dos opciones políticas fundamentalmente opuestas (una es la democracia liberal y la otra un sistema de partido único, ejemplificado por el Partido Comunista de China), resulta evidente que ambas naciones cosechan los beneficios del mismo sistema económico, que ha facilitado el rápido y notable crecimiento de China desde la Guerra Fría. Los sistemas marcadamente diferentes que existían durante la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética ya no prevalecen; hoy existe un sistema económico integrado.
Este análisis nos obliga a reconsiderar los marcos binarios que dominan las discusiones geopolíticas modernas. La actual rivalidad estratégica no puede simplificarse y convertirse en una mera dicotomía ni alinearse directamente con los parámetros de la Guerra Fría. Una característica clave que diferencia el contexto actual es la profunda interdependencia económica entre los principales actores, lo que hace que cualquier afirmación de sustitución total o desvinculación sea poco práctica.
El actual marco económico mundial revela una paradoja importante: si bien se observan tendencias hacia la fragmentación, los centros de producción y comercio siguen manteniendo una conexión intrínseca que socava estas separaciones. Estas tensiones estructurales no aportan ventajas estratégicas a ninguna de las facciones rivales; por el contrario, debilitan las bases mismas del progreso económico mundial y generan externalidades adversas que se extienden más allá de las fronteras nacionales e impactan en el sistema internacional en general.
Los líderes de las naciones del Sudeste Asiático, en particular las que tienen las economías más grandes, reconocen claramente esta situación. Los vínculos económicos entre Estados Unidos y China se pueden cuantificar si observamos que, en 2023, su comercio bilateral superó los 560 mil millones de dólares. China es el tercer mercado más grande para las exportaciones estadounidenses, mientras que Estados Unidos es el principal destino de las exportaciones chinas. Es importante destacar que esta dinámica del comercio interno va más allá de estas dos potencias; numerosos países, incluido Perú, se benefician del crecimiento económico que se está produciendo en China. En consecuencia, existe temor ante cualquier decisión que pueda exacerbar la naturaleza fragmentada de la economía mundial.
El Sudeste Asiático ocupa una posición estratégicamente ventajosa en el escenario económico internacional actual, particularmente en lo que respecta a su relación mutuamente beneficiosa con la expansión comercial china. La profunda integración de la región en las cadenas de valor mundiales ancladas en territorio chino ha fomentado una doble dinámica económica: por un lado, las naciones del Sudeste Asiático se han posicionado como proveedores esenciales de insumos y componentes para el sector manufacturero chino; y por otro lado, se han convertido simultáneamente en mercados críticos de los productos producidos por la potencia asiática. Esta interdependencia económica ha establecido a la región como el principal socio comercial y el principal receptor de inversiones asociadas con el ecosistema productivo chino.
Su papel como centro de exportación también es consecuencia de la política de desacoplamiento de Estados Unidos, que beneficia a varios países más allá del Sudeste Asiático (Vietnam, Malasia o Tailandia). Un ejemplo de ello es México, donde numerosas empresas chinas se están trasladando para utilizar el país como canal de acceso al mercado estadounidense, con la ayuda del actual acuerdo T-MEC. El desacoplamiento también puede interpretarse desde la perspectiva de los denominados estados de conexión que facilitan la interacción entre economías, como Vietnam o Singapur, que se encuentran en un contexto de dinámica similar al de China y Estados Unidos.
En 2023, en términos numéricos, la región del Sudeste Asiático se ha convertido en el principal socio comercial de China, Japón, Corea e India; ocupa el segundo lugar para Australia, el cuarto de la Unión Europea y el quinto de Estados Unidos. Contrariamente a la perspectiva occidental, se puede percibir que las estrategias políticas y económicas implementadas por Beijing se centran en establecerse como la principal potencia de la región del Asia Pacífico, en lugar de perseguir el dominio mundial. Sin embargo, esta ambición de supremacía regional tiene implicaciones tanto regionales como globales, en particular con los intereses estratégicos de Estados Unidos y sus aliados en la zona. En consecuencia, la creación de la QUAD[6] y la AUKUS[7] pueden interpretarse como una respuesta a esta preocupación.
En los últimos tiempos, el discurso intelectual de la región ha puesto de manifiesto un importante cambio de paradigma, el paso de una visión geopolítica centrada en el Asia Pacífico a un marco más amplio conocido como el Indo-Pacífico. ¿A qué se debe este cambio? Durante más de cincuenta años, el orden regional estuvo influenciado principalmente por la Pax Americana, un marco de estabilidad establecido por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Este modelo no solo reforzó la presencia estratégica de Washington en la región Asia-Pacífico, sino que también reflejó la expansión de sus intereses económicos y de seguridad en la región. En consecuencia, con el ascenso de China, el equilibrio de poder en la región se ha alterado, lo que ha obligado a estas dos potencias y a sus aliados a reevaluar sus alianzas (Poon et al., 2024).
La conceptualización inicial del Indo-Pacífico como un marco geopolítico moderno se remonta a 2007, cuando el entonces primer ministro japonés Shinzo Abe expuso ante el Parlamento indio la visión estratégica de Tokio para esta región. Esta innovadora declaración significó el reconocimiento formal por parte de Japón de la necesidad de incluir a la India como un actor crucial en la arquitectura regional. Sin embargo, durante casi una década, este concepto geopolítico no alcanzó relevancia en el discurso internacional. No fue sino hasta 2016, durante el Foro Japón-África celebrado en Nairobi, que Abe revitalizó la propuesta haciendo hincapié en el vínculo estratégico fundamental entre los océanos Índico y Pacífico, posicionando a la India como el foco central.[8]
Los años 2016-2017 marcaron un momento crucial cuando la administración Trump adoptó oficialmente el concepto en su política exterior, lo que provocó un efecto dominó y alentó a Australia, Corea del Sur, Canadá, la Unión Europea, Francia, Alemania, Países Bajos, Lituania y, en última instancia, a la propia ASEAN a formular sus visiones individuales del Indo-Pacífico. Sin embargo, este proceso de respaldo conceptual ha demostrado una naturaleza claramente asimétrica: si bien las principales potencias asiáticas y occidentales articularon sus posturas, América Latina permaneció notablemente ausente del discurso. Al menos a nivel gubernamental, la región no ha generado una posición estratégica coherente con respecto a esta reconfiguración geopolítica, ni tampoco de manera individual.
Esta omisión suscita preocupación, especialmente si tenemos en cuenta la limitada producción académica sobre este tema en la región, que se limita principalmente a seminarios esporádicos y debates iniciales. La ausencia de una reflexión profunda y de una estrategia coherente plantea una amenaza real de marginación geopolítica en un panorama internacional en el que las regiones que carecen de una definición clara de sus intereses estratégicos suelen quedar relegadas a un lado en los marcos emergentes de gobernanza mundial.
Esto puede atribuirse a la falta de comprensión del concepto entre la élite gobernante y empresarial. América Latina también alberga cierta aprensión con respecto a las posibles consecuencias en caso de que cualquier nación de la región diseñe una estrategia en respuesta a China. El concepto del Indo-Pacífico, particularmente tal como lo articulan Estados Unidos, se enmarca como una doctrina dirigida a contrarrestar a China. Sin embargo, esta perspectiva difiere de la de naciones como Japón, que priorizan la colaboración económica, ya que sus intereses estratégicos no buscan crear tensiones con su vecino asiático.
La conceptualización del Indo-Pacífico se caracteriza por una fluidez conceptual significativa, con interpretaciones variables entre los diferentes actores geopolíticos. Si bien algunas perspectivas definen el ámbito geográfico desde el subcontinente indio hasta el Pacífico Sur, otras lo amplían incluyendo África Oriental; sin embargo, ninguna reconoce sustancialmente la costa del Pacífico de América Latina, lo que pone de relieve un notable descuido regional (He & Li, 2020).
Es esencial examinar el enfoque adoptado por la ASEAN en su estrategia del Indo-Pacífico[9], que va más allá de las meras consideraciones económicas resaltando su naturaleza de cooperación e inclusiva. Este marco conceptual único es particularmente importante para países como Perú y el resto de América Latina, ya que presenta una posible vía de participación que, a diferencia de otras perspectivas más exclusivas, no impone exclusiones previas. La postura de la ASEAN, que considera a la región como un espacio de colaboración con participantes extrarregionales, incluso ha llevado al reconocimiento de China en documentos oficiales, a pesar de las tensiones estratégicas existentes.[10]
La iniciativa de la ASEAN sobre el Indo-Pacífico tiene un enfoque constructivo, busca encontrar puntos en común entre las iniciativas regionales existentes. Se propone que los mecanismos liderados por la organización sirvan de punto de apoyo tanto para el establecimiento de normas como la cooperación concreta (Anwar, 2020).
Este contexto pone de relieve la urgente necesidad de que los responsables políticos de América Latina emprendan un examen comparativo de los diversos marcos conceptuales existentes, identificando las áreas de acuerdo y desacuerdo y alineándolas con las prioridades nacionales y regionales. En consecuencia, surgen interrogantes críticos: ¿qué ventajas tangibles podría ofrecer a la región una estrategia del Indo-Pacífico? ¿Cómo puede implementarse sin poner en peligro la autonomía estratégica en relación con las grandes potencias?
Es esencial reconocer que el surgimiento de las iniciativas del Indo-Pacífico después de 2015 no pueden considerarse de forma aislada; más bien, deben entenderse como una respuesta —aunque en cierta medida— a las estrategias globales de China, en particular a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que abarca aspectos de la seguridad, el desarrollo y la colaboración entre civilizaciones. Esta interacción de perspectivas geopolíticas que compiten entre sí, pero están interconectadas, introduce nuevos niveles de complejidad en el discurso estratégico.
3. EXPERIENCIAS EN SINGAPUR, VIETNAM E INDONESIA
Con una población de poco más de cinco millones de habitantes —predominantemente de ascendencia china (77%), además de minorías malaya e india—, Singapur ejemplifica un modelo de eficiencia administrativa arraigado en un pensamiento filosófico confucionista, el legado colonial británico y una profunda conciencia de sus vulnerabilidades geográficas. Situada en el estrecho de Malaca, que une los océanos Pacífico e Índico, y bordeada por dos vecinos significativamente más grandes (Indonesia y Malasia), Singapur ha cultivado una comprensión matizada de su posición geopolítica como requisito previo fundamental para su supervivencia nacional.
Los líderes de esta ciudad-estado, empezando por el fundador Lee Kuan Yew, han cultivado cuidadosamente un frágil equilibrio entre su asociación estratégica con Estados Unidos —particularmente en materia de defensa, donde adquiere la mayoría de sus recursos militares y alberga una de las bases estadounidenses clave en la zona— y sus ventajosos vínculos económicos con China, su principal socio comercial. Esta dualidad aborda tanto las necesidades geopolíticas apremiantes como las conexiones históricas, y da forma a lo que algunos estudiosos denominan el «modelo singapurense» de pragmatismo estratégico.[11]
Históricamente, Singapur ha desempeñado un papel mediador en las relaciones entre el Este y el Oeste, un papel que se remonta a la era de la China maoísta y que continúa hasta nuestros días. Su combinación de un capitalismo vibrante con un marco político que algunos califican de “régimen competitivo autoritario” (Ortmann, 2011), le ha permitido establecerse simultáneamente como el aliado más confiable de Washington en el Sudeste Asiático y, al mismo tiempo, actuar como el socio privilegiado de Beijing en la región. Este doble papel se refleja en su postura con respecto a las iniciativas regionales: si bien mantiene una distancia crítica con respecto al concepto del Indo-Pacífico promovido por Estados Unidos, apoya con entusiasmo la iniciativa de la ASEAN por su orientación en la centralidad y la inclusión regionales.
La política exterior de Singapur, que destaca por su pragmatismo y asertividad, da prioridad a la seguridad nacional mediante un multilateralismo efectivo y una colaboración regional. En ese contexto, se podría entender que la visión estratégica de Singapur respecto a la gobernanza mundial buscaría promover la incorporación de las aspiraciones chinas a manera de evitar escenarios de confrontación que considera perjudiciales tanto para su seguridad como la estabilidad general de la región.
Otro caso interesante de mencionar es Vietnam, cuyo recorrido histórico se ha caracterizado por la formación de una identidad cultural única, moldeada en el delta del río Rojo, el núcleo geográfico y civilizatorio donde se encuentra Hanói. Esta singularidad ha influido en su compleja relación con China, su vecino inmediato y referencia predominante. La proximidad geográfica ha fomentado un patrón histórico de dominación y resistencia: Vietnam sufrió casi un milenio de ocupación china en diferentes estadios temporales, lo cual sembró una desconfianza estructural duradera hacía que continúa hasta nuestros días.
Tres hitos fundamentales definen al devenir del Vietnam contemporáneo: en primer lugar, la era de la colonización francesa, seguida de la consiguiente lucha por la independencia; en segundo lugar, el enfrentamiento con Estados Unidos (1955-1975), cuya derrota llevó a la reunificación del Norte y el Sur, bajo un gobierno comunista en 1975; y en tercer lugar, el conflicto chino-vietnamita de 1979, durante el cual China lanzó una invasión punitiva a lo largo de la frontera norte como resultado de las acciones vietnamitas en la Camboya de Pol Pot. Este último enfrentamiento reafirmó una vez más el escepticismo de larga data de Hanoi hacia Beijing, una desconfianza que actualmente se manifiesta en las tensiones marítimas en el Mar de China Meridional y que ha llevado a Vietnam a buscar una asociación estratégica con Washington, a pesar de los dolorosos recuerdos de la guerra.
En la década de 1980, el costo humano y económico de estos conflictos dejó a la nación en una situación desesperada. La introducción de la «Renovación o Doi Moi» en 1986 marcó un punto de inflexión importante. Esta reforma orientada al mercado en un contexto político socialista impulsó una drástica disminución de la pobreza y el surgimiento de una floreciente clase media. Sin embargo, el modelo ha dado lugar a contradicciones, al fusionar un sistema político de partido único con una economía que se entrelaza progresivamente con el capitalismo global. Irónicamente, esta prosperidad económica ha aumentado la dependencia de Vietnam respecto a China, en particular en lo que respecta a la importación de bienes intermedios para su economía impulsada por las exportaciones y a la financiación de una infraestructura básica.
La presencia internacional de Vietnam se ejemplifica en casos como Bitel[12], con su exitosa entrada en el sector de las telecomunicaciones peruano, la cual ilustra la capacidad de Vietnam para superar su identidad histórica como nación devastada por la guerra y establecerse como un actor económico en ascenso. Sin embargo, este logro no oculta el principal desafío estratégico al que se enfrenta Hanói, salvaguardar su independencia política y, al mismo tiempo, equilibrar la influencia económica de China y fomentar las alianzas con Occidente, un equilibrio delicado similar al que mantiene Singapur, aunque en circunstancias históricas y geopolíticas diferentes.
Con el fin de mitigar estos desafíos de seguridad y reducir su dependencia de China, los funcionarios vietnamitas han adoptado la llamada política exterior multidireccional o “diplomacia del bambú”, de no formar alianzas, siendo cautelosos a la hora de no emprender ninguna acción que pueda provocar la sensibilidad de los chinos o ser percibidos como antagónicos hacia China. Este ejemplo de pragmatismo político-diplomático fue evidente durante el viaje de Biden a Hanói en 2023, visita de Putin en junio de 2024 y la reunión entre el presidente To Lam con Xi Jinping el mismo año.
Sin embargo, es importante señalar que la principal salvaguardia de Vietnam con respecto a China reside en su alianza con Estados Unidos, denominada «asociación estratégica integral», la cual implica una agenda diversa sobre múltiples temas, pese a la decisión de 2025 de imponer aranceles a Vietnam (suspendida a la fecha). Desde la perspectiva de Washington, tener a Hanói como aliado también sirve para impedir que China siga incrementando su presencia en el Mar de China Meridional o las rutas marítimas de la región del Sudeste Asiático.[13]
El actor más relevante en el Sudeste Asiático es Indonesia, vasto archipiélago que abarca un área similar a la distancia entre las costas del Pacífico y el Atlántico de América del Norte, integrada por más de 17.000 islas y reconocida como la mayor economía de la región, el cuarto país más poblado del mundo y la principal nación de mayoría musulmana por número de adeptos. Si bien logró formalmente la independencia en 1945, su trayectoria como entidad política está profundamente arraigada en una rica herencia precolonial que sigue influyendo en su identidad nacional y alto perfil nacionalista.
La historia de Indonesia está entrelazada con dos importantes imperios marítimos: Srivijaya en Sumatra y Majapahit en Java, que difundieron las influencias culturales hindú y budista antes de la introducción del islam. Las legendarias islas de Célebes y las Molucas, famosas por su producción de especias desde la época antigua, atrajeron a comerciantes árabes, persas, indios y chinos durante siglos, creando un complejo tapiz cultural que, en última instancia, conduciría a la islamización de la región como aspecto predominante de su identidad.
La llegada de las potencias europeas supuso un momento crucial en la historia de la nación. Tras tres siglos y medio de presencia extranjera, inicialmente bajo los portugueses y españoles, y más tarde con la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, el país declaró su independencia tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945). Sukarno, el primer presidente de la nación, implementó un sistema de «democracia guiada» arraigado en la filosofía de la Pancasila, que abarca cinco principios: la creencia en un solo Dios, el humanismo justo, la unidad nacional, la democracia consultiva y la justicia social, con el objetivo de conciliar la diversidad del archipiélago (Nida et al., 2023).
El liderazgo de Sukarno posicionó a Indonesia como una de las principales figuras del Tercer Mundo durante la Conferencia de Bandung de 1955. Sin embargo, el creciente alineamiento de Sukarno con China despertó preocupación entre las élites militares y religiosas que culminó con un golpe de estado respaldado por Estados Unidos, marcando el inicio del régimen autoritario del “Nuevo Orden” del general Suharto (1967-1998). Este momento crucial pone de relieve las tensiones geopolíticas que han dado forma a la historia contemporánea de Indonesia, al equilibrar la búsqueda de la autonomía con las influencias de las principales potencias.
El ascenso Suharto al poder anunció una nueva era política definida por un régimen autoritario y centralizado, aunque con una postura prooccidental que lo distinguía de su predecesor. Su estrategia de desarrollo económico, que se basaba en el endeudamiento externo y en políticas industriales proteccionistas, reveló sus deficiencias durante la crisis financiera asiática de 1998, un acontecimiento que provocó su caída y marcó el comienzo de una transición democrática gradual que sentaría las bases del actual marco político-económico de Indonesia.
Las perspectivas económicas de Indonesia son excepcionalmente prometedoras. Las previsiones sugieren que está en camino de convertirse en la cuarta economía más grande del mundo al 2045, superando su posición actual como decimosexta potencia económica. Sin embargo, este panorama optimista va acompañado de desafíos considerables. Más allá de los obstáculos económicos, Indonesia se enfrenta a intrincados dilemas en el ámbito político e institucional, en particular en lo que respecta al fortalecimiento y consolidación de su marco democrático, así como a las tensiones derivadas del creciente activismo de las facciones islamistas conservadoras, los grupos de poder y el visible rol del estrato militar.
La política exterior de Indonesia exhibe rasgos únicos en el contexto del Sudeste Asiático. A diferencia de Singapur, cuya existencia está fundamentalmente ligada a la integración global, o Vietnam, que depende fundamentalmente de los mercados externos para su crecimiento; Indonesia, con un amplio mercado interno y una rica base económica, tiene la capacidad de adoptar una postura más mesurada y conservadora en sus relaciones internacionales. Este enfoque aborda fundamentalmente las prioridades nacionales y las vulnerabilidades internas reconocidas como desafíos por la élite gobernante, más que los retos externos.
Ello no resta que Indonesia demuestre un interés creciente por ocupar un lugar visible en el escenario mundial buscando un equilibrio entre China y Estados Unidos. Su participación en los foros multilaterales, que van desde su liderazgo natural en la ASEAN hasta su participación proactiva en las plataformas multilaterales como Naciones Unidas, APEC, el G20, su reciente ingreso al grupo BRICS y la aspiración de integrar la OCDE o ser parte del CPTPP, significan una voluntad de internacionalización constante pero gradual, que contrasta con el pragmatismo más pronunciado de sus homólogos regionales, y subraya su papel distintivo como potencia emergente con atributos únicos.
4. RELEVANCIA DEL SUDESTE ASIÁTICO Y LA ASEAN PARA EL PERÚ
El Sudeste Asiático es el nexo importante del comercio mundial, ya que incluye las principales rutas marítimas a través de las cuales se produce el intercambio de bienes, servicios y recursos energéticos que sustentan la economía mundial. Su importancia se destaca aún más por su surgimiento como la cuarta mayor economía mundial en desarrollo, junto con su papel cada vez mayor como centro de innovación y conocimiento.
A pesar de esta relevancia estratégica, el interés de Washington en la región era en cierto modo mínimo hasta que la administración Obama inició el llamado «giro hacia Asia» (Lieberthal 2011). El resultado más notable de este cambio estratégico fue la propuesta comercial de Asociación Transpacífica (TPP), que fue abandonada por la administración Trump en 2017, lo que supuso un importante punto de inflexión regresiva en la relación entre Estados Unidos y la región. Esta decisión, agravada por la ausencia de iniciativas sustanciales durante la pandemia y el desplazamiento del interés estadounidense hacía los conflictos en Ucrania y Gaza, han fomentado la percepción en el Sudeste Asiático de una disminución cada vez mayor del compromiso por parte de Washington con la región.
El Marco Económico Indo-Pacífico para la Prosperidad (IPEF), introducido como alternativa por la administración de Joe Biden, ha demostrado ser insuficiente, ya que no permite el acceso al mercado estadounidense que las naciones del Sudeste Asiático consideran vital. Esta incoherencia contrasta marcadamente con las políticas chinas, que se caracterizan por una presencia constante y sistemática en la región por medios diplomáticos y económicos.
La ambivalencia estadounidense ha suscitado considerables dudas sobre su fiabilidad como aliado estratégico. El sentimiento regional indica que Washington se centra principalmente en contener la influencia china sin presentar una alternativa constructiva de colaboración. Esta situación se ve agravada aún más por las tensiones en el mar de China Meridional, el estrecho de Taiwán y la península de Corea, así como por el escepticismo ante alianzas como la QUAD y la AUKUS, que se consideran catalizadores potenciales de la inestabilidad en una región que prioriza la estabilidad y el crecimiento económico.
El panorama actual de volatilidad en los mercados internacionales y la fragilidad del sistema económico mundial presentan enormes desafíos para el Sudeste Asiático. Sin embargo, vale la pena señalar que las principales economías de la región siguen experimentando un crecimiento económico constante, impulsado en gran medida por la demanda del mercado chino. Entre las once naciones que componen el Sudeste Asiático, seis destacan especialmente por su importancia estratégica en términos de tamaño de mercado, influencia económica e influencia política tanto a nivel regional como mundial: Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam.
Y es tomando como referencia esta realidad que la relación entre Perú y los países del Sudeste Asiático viene siendo moldeada por la búsqueda del crecimiento económico, el acceso a los mercados y la integración regional. Si bien se han logrado avances significativos en la reducción de los aranceles y el establecimiento de acuerdos de libre comercio, persisten desafíos como las barreras no arancelarias, los obstáculos regulatorios y las complejas normas de origen. Abordar estos desafíos es esencial a fin de aprovechar plenamente el potencial de las relaciones comerciales entre Perú y dicha región, así como promover un crecimiento económico inclusivo.
La relevancia del Sudeste Asiático y la ASEAN para Perú nacen como resultado del accionar de nuestra política exterior, que ha sido notablemente proactiva desde la década de 1990, durante la cual nuestro país no solo fortaleció sus lazos tradicionales con potencias asiáticas como China, Japón, Corea e India, sino que también estableció una presencia diplomática permanente en la región al abrir embajadas y unirse al Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en 1998.
Este compromiso se ha mantenido y mejorado en las últimas décadas incluyendo la adhesión al Acuerdo Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (CPTPP) el 2018, y la consideración activa del Acuerdo de Asociación para la Economía Digital (DEPA), los cuales ofrecen vías prometedoras de ampliar y diversificar nuestras conexiones con la región.
Los intercambios comerciales entre Perú y las naciones del Sudeste Asiático han experimentado un crecimiento notable en los últimos años, alcanzando una cifra sin precedentes de 3 mil millones de dólares en 2022, según datos de ADEX. Este logro refleja el creciente dinamismo de las relaciones económicas, a pesar de los desafíos estructurales persistentes, como la distancia geográfica, las disparidades de información y las limitaciones en conectividad física y logística existentes.
En este marco, Filipinas, Singapur y Vietnam se destacan como los principales aliados comerciales de Perú en la región, seguidos de cerca por Indonesia y Tailandia. Estas conexiones se han fortalecido mediante una variedad de herramientas de facilitación del comercio, en particular los Tratados de Libre Comercio suscritos con Singapur y Tailandia. En la actualidad, se está negociando un Acuerdo de Asociación Económica Integral (CEPA) con Indonesia que, si bien no es un TLC en el sentido más estricto, marca un avance sustancial en la liberalización del comercio bilateral de bienes. Su firma otorgará a Perú un acceso preferencial al mercado más grande de la región.
La composición de las exportaciones peruanas a estos mercados continúa dominada en gran medida por productos tradicionales, aunque con notables distinciones por país de destino. En el caso de Filipinas, el 66% de sus importaciones se centran en el cobre, seguido de los productos pesqueros. Tailandia es el principal destino de pota o calamar, mientras otros mercados muestran una creciente demanda de productos agroindustriales como cacao, arándanos, uvas y paltas.
Si bien los bienes con valor agregado siguen representando una proporción menor del comercio, constituyen una oportunidad estratégica para diversificar la oferta exportable peruana. En este contexto, es vital optimizar el uso no solo de los acuerdos bilaterales existentes, sino también de los instrumentos regionales como el CPTPP. La posible adhesión al RCEP podría significar un salto cualitativo que permita a Perú participar de manera más efectiva en las cadenas de valor regionales de Asia y el Pacífico. La política arancelaria de la administración Trump, obliga de otro lado, a diversificar mercados.
5. LA ASEAN Y SU PAPEL EN LA REGIÓN DE ASIA-PACÍFICO
Históricamente, el Sudeste Asiático ha estado estrechamente asociado con la ASEAN, organización creada en 1967 durante la Guerra Fría. Las naciones fundadoras: Tailandia, Indonesia, Singapur, Malasia y Filipinas, buscaron inicialmente frenar la propagación del comunismo que emanaba de Vietnam, Camboya y Laos. A pesar de sus diversos sistemas políticos, que van desde monarquías autoritarias hasta democracias parlamentarias, estos países fomentaron con éxito un entorno cooperativo que incorporó gradualmente a Brunéi (1984), Vietnam (1995), Laos y Myanmar (1997) y, en última instancia, Camboya (1999), finalizando así la membresía actual de diez naciones.[14]
Un factor crucial para el fortalecimiento de la ASEAN fue el desarrollo de la confianza estratégica entre sus miembros, lo que facilitó un sentido de pertenencia compartido. Esta mentalidad cooperativa alentó a las naciones a adaptar sus políticas nacionales mejorando la estabilidad regional, anteponiendo la colaboración a las diferencias individuales. Dos principios esenciales han guiado esta evolución: llegar a un consenso en la toma de decisiones y adherirse al principio de no injerencia en los asuntos internos de los estados miembros.[15]
La importancia de la ASEAN como elemento central del marco regional se consolidó aún más con el establecimiento de la Comunidad Económica de la ASEAN (AEC) en 2015, lo que reforzó su posición como participante vital en las discusiones comerciales multilaterales. Un ejemplo notable de ello fue su liderazgo en la finalización de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), uno de los acuerdos comerciales más importantes de Asia Pacífico junto con el CPTPP.[16]
De esta manera, la ASEAN ha evolucionado más allá de su propósito original como mecanismo de contención política para convertirse en la piedra angular de la gobernanza económica y diplomática en el Indo-Pacífico, garantizando su relevancia continua en un panorama global que cambia rápidamente. Su carácter inclusivo le permite dialogar institucionalmente con actores de posiciones diversas de manera periódica.[17]
Tras cinco décadas de funcionamiento, si bien la ASEAN continúa teniendo relevancia internacional, enfrenta a desafíos estructurales que ponen en peligro su unidad interna y su papel como bloque regional. El más urgente de estos desafíos es la crisis actual en Myanmar, donde un régimen militar ha afianzado una dictadura que ha interrumpido abruptamente el incipiente proceso democrático iniciado años antes. Esta crisis ha provocado importantes divisiones dentro de la organización, revelando posturas diferentes entre los estados miembros en función de sus intereses estratégicos e ideológicos.
Las complejidades de la situación de Myanmar se complican aún más por la difícil situación humanitaria de los rohingya, una minoría musulmana con raíces bengalíes que sufre una opresión sistemática, generando movimientos migratorios que afectan a varios países de la región, especialmente a Malasia e Indonesia.
Al mismo tiempo, las tensiones en el Mar de China Meridional representan una fuente adicional de suspicacias internas, con posiciones divergentes entre los estados miembros de la ASEAN. Mientras Vietnam y Filipinas, cuyos intereses territoriales están directamente en juego, adoptan posturas más firmes en respuesta a las reivindicaciones chinas; otros, como Laos y Camboya —que mantienen fuertes lazos económicos con Beijing— optan por un enfoque más diplomático.
La forma en que la ASEAN resuelva estos conflictos internos y, al mismo tiempo, mantenga su cohesión como bloque influirá significativamente en su posición futura en el marco del Indo-Pacífico.
En el caso de Perú, hemos logrado avances notables con la ASEAN, primero al adherirnos al Tratado de Amistad y Cooperación el 2019, y luego al obtener el estatus de «socio para el desarrollo», reconocimiento formalizado en enero de 2023, hito diplomático que fue posible gracias a los esfuerzos coordinados entre las cinco embajadas peruanas en la región, la representación ante la sede de la ASEAN y las autoridades de Lima, demostrando la capacidad del país de integrarse en los marcos de cooperación asiáticos.
La ASEAN delimita cuatro niveles de vinculación institucional externa. La membresía de pleno derecho reservada a los diez países del Sudeste Asiático; las asociaciones estratégicas con las principales potencias mundiales; las alianzas sectoriales con naciones que participan en la cooperación avanzada en dominios específicos; y las asociaciones para el desarrollo, una categoría en la que Perú se agrupa con países europeos como Alemania y Francia, así como con Chile en América Latina. Esta clasificación posiciona al Perú entre los 25 socios globales del bloque, lo que allana el camino a nuevas vías de colaboración.
Esta nueva designación está alineada con los marcos de diálogo actuales entre la ASEAN y la Alianza del Pacífico, lo que refuerza el papel de Perú como conducto entre los dos esquemas de integración regionales. Como «socio para el desarrollo», el país tiene acceso a plataformas de cooperación técnica, foros especializados y mecanismos de diálogo político que pueden aumentar su influencia económica y diplomática en la región. Las experiencias de otras naciones que han pasado de esta categoría a formas de asociación más profundas indican que este reconocimiento puede representar el primer paso hacia una conexión más estrecha con el dinámico bloque asiático, siempre y cuando esté respaldado por una estrategia continua que se alinee con los intereses nacionales.
6. REFLEXIONES FINALES
La integración del Perú en la región Asia-Pacífico representa un largo viaje que abarca más de cuarenta años, que comenzó con el establecimiento de relaciones diplomáticas con China, Corea, Japón e India, y se consolidó aún más mediante la participación en plataformas multilaterales como APEC, el CPTPP, así como la firma de acuerdos comerciales.
Sin embargo, el panorama global actual exige un cambio hacia una nueva fase de diversificación estratégica, dirigida a ampliar y profundizar nuestras conexiones con el Sudeste Asiático, en particular con la ASEAN como entidad regional. Esta estrategia debe basarse en el principio de asociación diversificada, reducir la dependencia excesiva de mercados como el chino o estadounidense, y defender una política de puertas abiertas que nos permita adaptarnos a la volatilidad inherente del escenario internacional contemporáneo.
Revisar los casos de Singapur y Vietnam es esclarecedor, ya que sus políticas exteriores se caracterizan por un pragmatismo que combina de manera eficaz múltiples alianzas con un equilibrio estratégico bien pensado, proporcionando información valiosa, especialmente en lo que respecta a la formulación de nuestra propia estrategia para el Indo-Pacífico. Una estrategia de este tipo debe considerar no solo en las iniciativas existentes, sino también en el enfoque inclusivo y de cooperación defendido por la ASEAN, adaptándolo a nuestras prioridades nacionales.
Desde el punto de vista de la Alianza del Pacífico, surge otra lección fundamental, la necesidad de elaborar agendas basadas en nuestros propios intereses, en lugar de dejarnos llevar por influencias ideológicas. La ASEAN ejemplifica cómo los bloques regionales pueden mantener la cohesión y alcanzar una relevancia global, priorizando objetivos tangibles por encima de los desacuerdos doctrinales. Este enfoque orientado y centrado en los resultados más que en las posiciones, debería responder tanto a nuestro compromiso con la Alianza del Pacífico, así como nuestra estrategia para el Sudeste Asiático en los próximos años.
En el frente bilateral, si bien es claro que China y Estados Unidos seguirán siendo socios indispensables para el avance económico del Perú, ello no debe eclipsar la necesidad de reforzar otras facetas de esta relación multifacética o convertirse en una fuente de vulnerabilidad. Es crucial diversificar nuestras asociaciones económicas y políticas, mejorando nuestra presencia en mercados como Japón, Corea, India y, en particular, en el Sudeste Asiático. En ese contexto, el megapuerto de Chancay abre una oportunidad de conexión directa entre nuestras costas y Asia.
Asimismo, el reconocimiento de la condición de «socio para el desarrollo» por parte de la ASEAN, ofrece una oportunidad excepcional de fomentar las iniciativas de cooperación en materia de infraestructura, transferencia de tecnología y formación profesional. Este enfoque integral permitiría a Perú fortalecer su papel no solo como un actor económico importante, sino también como un aliado diplomático confiable en la región.
En resumen, la profundización de nuestros vínculos con los países del Sudeste Asiático así como con la ASEAN, debe considerarse como elemento vital de una política exterior pragmática y diversificada, que combine la preservación de las asociaciones tradicionales con la exploración de nuevas vías de cooperación, siempre basadas en los intereses nacionales y las posibilidades que ofrece el cambiante panorama internacional.
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[2] Fukuyama, F. (1989). The End of History? The National Interest, 16, 3–18. http://www.jstor.org/stable/24027184
[3] Xi Jinping (17.10.2017). http://www.xinhuanet.com/english/special/2017-11/03/c_136725942.htm
[4] Zhao Tingyang. (2009). A Political World Philosophy in terms of All-under-heaven (Tian-xia). Diogenes, 56(1), 5-18. https://doi.org/10.1177/0392192109102149 (Original work published 2009)
[5] Sección V del reporte “The State of Southeast Asia: 2024 Survey Report”. (Singapore: ISEAS - Yusof Ishak Institute, 2024). https://www.iseas.edu.sg/wp-content/uploads/2024/03/The-State-of-SEA-2024.pdf
[6] QUAD: Por sus siglas en inglés, Diálogo cuadrilateral sobre seguridad en el que participan Estados Unidos, Japón, Australia e India.
[7] AUKUS: Acrónimo en inglés de la alianza militar estratégica de Australia, el Reino Unido y Estados Unidos.
[8] Ministry of Defense of Japan. Achieving
the “Free and Open Indo-Pacific (FOIP)” Vision
Japan Ministry of Defense’s Approach.
https://www.mod.go.jp/en/d_act/exc/india_pacific/india_pacific-en.html
[9] ASEAN Outlook on the Indo-Pacific (2019). https://asean.org/wp-content/uploads/2021/01/ASEAN-Outlook-on-the-Indo-Pacific_FINAL_22062019.pdf
[10] ASEAN-China Joint Statement on Mutually Beneficial Cooperation on the ASEAN Outlook on the Indo-Pacific (2023). https://asean.org/wp-content/uploads/2023/09/Final-ASEAN-China-Joint-Statement-on-Mutually-Beneficial-Cooperation-on-the-ASEAN-Outlook-on-the-Indo-Pacific.pdf
[11] La misión del Economic Development Board era convertir a Singapur en una ciudad global con amplias capacidades empresariales, y que encarnará imperativos culturales como el liderazgo estratégico, la lealtad, la profesionalidad, la integridad y el trabajo en equipo.
[12] La empresa madre de Bitel es Viettel, un conglomerado de telecomunicaciones, tecnología y manufacturas de propiedad estatal vietnamita, presente en 11 países de Asia, América Latina y Africa y con activos por un valor de 12 mil millones de dólares.
[13] Vietnam will expand US security ties incrementally. (2024). Emerald Expert Briefings. https://doi.org/10.1108/oxan-db289850
[14] Se prevé que en la segunda cumbre de la ASEAN de octubre de 2025 a realizarse en Malasia, Timor Oriental ingrese como miembro pleno.
[15] La confianza estratégica de la ASEAN es fomentada mediante prácticas diplomáticas informales que desempeñan un papel crucial en la institucionalización de la cooperación regional y permiten mejorar el entendimiento y la confianza mutuos entre los estados miembros, facilitando un diálogo cooperativo sobre seguridad.
[16] La eventual membresía del Perú en el RCEP podría representar como una oportunidad adicional de fomentar nuestra vinculación económica no solo con el Sudeste Asiático sino también el resto del Asia Pacífico, dada la amplia membresía del acuerdo.
[17] Estos diálogos se dan en el East Asia Summit (EAS) y el ASEAN Regional Forum (ARF), que se reúnen en la segunda mitad de cada año luego de la cumbre anual de la ASEAN.