Revista Peruana de Derecho Internacional
Tomo LXX Enero-Abril 2020 N° 164, pp. 237-243.
ISSN: 2663-0222
Por el contrario, la diplomacia de la paz y de la negociación supone diferenciar la
“potestas”, el poder de los Estados, de la “autoritas” del diplomático o el negociador.
Para construir la paz hay que ejercer con decisión, cordura, humildad, creatividad y
firmeza la “autoritas” del negociador para inducir un realineamiento de la “potestas” de
los Estados, a favor de la paz, la estabilidad, el equilibrio y el beneficio mutuo.
Pérez de Cuéllar logró el cambio delineando nuevos equilibrios en el poder
mundial. Obtuvo, en el contexto de una situación de crisis, una relación consensual entre
el Consejo de Seguridad y el Secretario General. Y lo hizo en la direccionalidad del
cambio, la afirmación de la paz, y la promoción de la democracia y los derechos humanos.
A la obtención de la paz entre Irán e Irak se sumaron, como un efecto dominó, los
Convenios de Ginebra que pusieron fin a la intervención soviética en Afganistán; la
independencia de Namibia; la paz negociada en Angola, el control de la situación en
Centroamérica y la paz entre el gobierno salvadoreño y el frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional. Al mismo tiempo, se prosiguió con las negociaciones para lograr
soluciones pacíficas en el Sahara Occidental, Kampuchea, Chipre e incluso el Medio
Oriente.
Sin embargo, la cuestión de la intervención aliada para cesar la ocupación iraquí
en Kuwait puso a prueba todo el emergente mecanismo de seguridad colectiva. La
situación no estuvo exenta de problemas. Pérez de Cuéllar fue claro. La acción aliada,
señaló, era una ofensiva legal, más no de las Naciones Unidas. La diplomacia de la
serenidad, la preservación del derecho internacional y la cautela razonada en el manejo
de escenarios y variables de concertación, logró superar los escollos. Restablecida la paz,
las Naciones Unidas asumieron responsabilidades definidas en la ejecución de los
acuerdos de cese del fuego.
Estos cursos de acción otorgaron a la organización mundial nuevas y complejas
responsabilidades. Desde acciones para regular la independencia de un país (Namibia)
hasta el monitoreo de un referéndum de autodeterminación (Sahara Occidental), pasando
por la supervisión de elecciones libres (Nicaragua y Haití), la asistencia humanitaria a la
población kurda en Irak, o el mantenimiento del grupo de observadores militares que
supervisó el cese del fuego entre India y Pakistán. El propio Secretario General definió
este amplio abanico de actividades como “tareas de una complejidad y un alcance nunca
antes puestos a prueba”.
A Javier Pérez de Cuéllar le ha correspondido la tarea histórica de dar respuesta
afirmativa a las dos interrogantes, que siempre se utilizaron para criticar a las Naciones
Unidas. ¿Pueden las Naciones Unidas reunir las facultades necesarias para restablecer la
paz quebrantada y anular los actos de agresión? ¿Tiene la capacidad y los medios para
ejecutar proyectos de paz, complejos y cambiantes? Durante casi cinco décadas la
respuesta fue no. La gestión de Pérez de Cuéllar respondió que sí. Ello nos da fundadas
esperanzas que el actual proceso de reforma pueda retomar el curso del mantenimiento
de la paz eficaz, sustentado en el multilateralismo y el derecho internacional.
Pero la gestión de Pérez de Cuéllar no se constriñó al peregrinaje por la paz, como
bien se han titulado sus memorias. Reconoció que las relaciones internacionales no se